jueves, agosto 07, 2008

DE FIBRAS Y OTRAS HEBRAS

Que bonito recordar, hoy me dio por hacerlo con este cuento que escribi hace 12 años y que me valió ganar un premio de literatura juvenil nacional.




DE FIBRAS Y OTRAS HEBRAS

Los dos amantes frenéticos estaban tan ensimismados que no advirtieron que sus vellos púbicos se habían enredado y mientras más se movían mas ataban y anudaban sus “cabellitos”. Nudos ciegos indesatables moraban en la parte baja del abdomen y cuando llegaron al clímax no quedaba un solo pelo sin amarrar.

El hombre quedó exhausto y se echó encima de su pareja sin separarse de ella mientras le decía lo mucho que se había satisfecho. Ella también lo había disfrutado mucho pero sabía que él lo hacía simplemente por aquello, “placer”.

Ella como muchas mujeres querían que su primera vez fuera una hermosa prueba del más puro amor, pero así como muchas se dejó engañar por la habilidad del hombre y terminó entregando su tesoro al primer corsario que pudo encontrarlo.

El, como muchos, tan sólo lo hacía para no perder la costumbre de tener sexo cada luna llena sin importar con quien y como.

Lastimosamente ese embrujo secular que acompaña las noches prófugas de aullidos de lobos, se metió por los poros de los amantes e hizo que sus vellos cobraran vida y se amaran mutuamente en una danza armónica y delirante, haciendo que se abrazaran y se juntaran para nunca más soltarse.

El tiempo agonizaba y ya se hacía tarde para llevarla de vuelta a su casa antes que sus padres sospecharan que aquello que cuidaron con tanto celo acababa de fenecer en manos de un muchacho que hace muy poco la conocía y que no merecía ser aquel verdugo.

El entonces miró su reloj y se echó hacia un lado deslizándose sobre el cuerpo de ella y cuando apoyó su costado en la sábana sintió que algo lo halaba de la pelvis. Ella sintió lo mismo y los dos profirieron al unísono un quejido lánguido y estentóreo. Luego hubo un silencio luctuoso y sepulcral. Se miraron a los ojos y luego a su vientre, no entendían muy bien lo que sucedía, pero al fin se dieron cuenta de su situación: “ Llegarían a casa amarrados, a ella la desterrarían y la desheredarían no sin antes matar al bicho ese que llegó pegado del pipí con su hija y partirlo en millones de partecitas para regarlas por todo el mundo como alimento de las moscas”.

Había que hacer algo urgentemente pues los minutos pasaban a años luz. Entonces pensaron en tomar unas tijeras y cortar el nudarajo de pelos y similares sin piedad, sin perdonar uno solo.

Se levantaron con gran dificultad y empezaron a caminar por el lugar pero se dieron cuenta que en todo el cuarto del motel no había ni tijeras, ni cuchillos, ni navajas, ni cuchillas de afeitar; nada, ni una sola arma corto punzante que los pudiera librar de su maldición.

No podían llamar al servicio del establecimiento pues ellos no querían que los vieran en esa penosa situación así que optaron por tratar de zafarse a la fuerza tirando cada uno por un extremo. Pero el dolor era tan insoportable y los resultados tan vagos que desistieron de cualquier intento.

Entonces ella comenzó a llorar sobre su hombro y sus lagrimas empezaron a escurrirse por sus pieles y a lamer cada centímetro de culpa y sudor. El la abrazó, aún continuaban de pie, sabía que cualquier intento era inútil, que merecía la muerte que le darían sus “suegros” por haberlo hecho sin quererla, sin sentirla, sin entregar más que su cuerpo, sin amarla.

Allí empezaron a hablar, él dijo - lo siento - y ella sólo dijo - no importa, yo también quería hacerlo -...

Hablaron, hablaron durante mucho tiempo de todo lo que pasaba, de todo lo que podía pasar, de las posibilidades de huir, de salvarse, de operarse, de casarse... Se conocieron mucho más de lo que se conocían hasta ese entonces. El la consoló, incluso hasta se rieron de su situación - “Que cosa tan cagada, somos los únicos en el mundo que se han amarrado haciendo el amor”-.

Afuera la luna llena iluminaba toda la ciudad inspirando a todos aquellos amantes clandestinos para que se amaran de verdad. Y ellos lo hicieron, esta vez con una motivación distinta al placer; esta vez con los ojos, con la nariz, con los labios, con el cuello, con todo el cuerpo, con el corazón...

Se amaron toda la noche, esta vez si lo hicieron, mientras la luna detuvo su camino para observarlos. Fue una noche infinita, eterna.

Los pelos volvieron a cobrar vida y esta vez se fueron desamarrando uno a uno, lentamente de la misma forma como se habían amarrado, en la misma danza armónica y delirante.

Pero esto ya no importaba a los dos amantes porque no se dieron cuenta que por su propia voluntad se habían anudado para toda la vida.

FIN

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